27 Nov 2015

El filósofo Eric Schwitzgebel afirma que las máquinas conscientes merecerán un trato moral especial, similar al que damos a nuestros hijos.

Dos niños se ahogan: tu hijo y un desconocido. ¿A quién salvarías primero? A tu hijo, ¿a qué sí? ¿Y si uno de los niños fuera un robot que piensa y siente?

El filósofo Eric Schwitzgebel de la Universidad de California en Riverside (EEUU) sostiene que nuestras hipotéticas creaciones artificiales serían algo más que desconocidos a nuestros ojos, en un artículo de opinión fascinante de Aeon. «La relación moral con los robots se parecerá más a la relación que mantienen los padres con sus hijos que a la relación entre desconocidos humanos», escribe.

La tensa historia de humanidad con la inteligencia artificial (IA) ha sido un tema clásico de la ciencia ficción desde que el campo de la informática moderno nació en la década de 1950. Como lo expresa Schwitzgebel:

El estatus moral de los robots es un tema frecuente en la ciencia ficción, y se remonta, como mínimo, a las historias robóticas de Isaac Asimov. Y el consenso está claro: si algún día logramos crear robots que tienen vidas mentales similares a las nuestras, con planes de estilo humano, deseos y un sentido de la identidad, incluida la capacidad de alegrarse y sufrir, entonces esos robots merecen una consideración moral similar a la que se concede a los seres humanos naturales. En general, los filósofos e investigadores de inteligencia artificial que han escrito sobre este tema están de acuerdo en este punto.

Lo que hace tan solo una década podría haber parecido un ejercicio de la fantasía científica se ha convertido en una cuestión relevante mientras que el desarrollo de la IA y la robótica avanza rápidamente. Apenas pasa un día sin titulares fantásticos.

Nuestro propio Will Knight escribió recientemente acerca de un robot que aprende a ponerse en pie con el uso de unos algoritmos parecidos a un cerebro. Como si fuera un niño, «imagina» su tarea antes de intentar realizarla en el plano físico. Aviva Rutkin escribió para New Scientist sobre la contratación en Silicon Valley (EEUU) de personas para que trabajen de entrenadores para nacientes sistemas de inteligencia artificial. Los entrenadores están proporcionando simultáneamente una copia de seguridad para la IA y generando una «biblioteca masiva de datos de entrenamiento» que analizará la IA mediante varios algoritmos de aprendizaje de máquinas hasta que pueda operarse con menos supervisión. ¿Cuánto falta para que crucemos el umbral y creemos un robot que piense y sienta?

«Si creamos robots realmente conscientes», escribe Schwitzgebel, «somos […] sustancialmente responsables de su bienestar. Esa es la raíz de nuestra obligación especial». En otras palabras: nosotros los hemos traido al mundo, para bien o para mal – lo que les pase después de su creación será siempre, de manera significativa, culpa nuestra (ver «Temo la muy probable creación de una clase de esclavos ciberconscientes»).

A continuación, cita al monstruo de Frankenstein, hablando con su creador:

Soy vuestra obra, y seré dócil y sumiso para con mi rey y señor, pues lo sois por ley natural. Pero debéis asumir vuestros deberes, los cuales me adeudáis. Oh Frankenstein, no seáis ecuánime con todos los demás y os ensañéis sólo conmigo, que soy el que más merece vuestra justicia e incluso vuestra clemencia y afecto. Recordad que soy vuestra criatura. Debía ser vuestro Adán…

Incluso sin la referencia bíblica, resulta difícil no sentir el peso de la responsabilidad del creador. Es una reflexión embriagadora y mareante. Y en este caso, va más allá de nuestra preocupación parental para adentrarse en el ámbito de figuras divinas.

Pero aplicar la misma estatura moral a nuestras creaciones robóticas que a nuestras creaciones orgánicas será, sin embargo, todo un reto. Después de todo, no hemos conseguido que las personas traten a otros seres humanos con un nivel universal de dignidad y respeto. ¿Cómo esperar que otorguen la misma consideración moral a un conjunto de bits y bytes? Por no hablar de conceder un estatus especial a nuestras creaciones debido a nuestro papel como sus creadores.

Por mucho que nos guste fingir que nuestra actitud hacia nuestros hijos es el resultado de un razonamiento superior o de unos principios filosóficos profundamente meditados, la realidad es engorrosa, hormonal y muy orgánica. Los niños reciben una consideración moral especial desde mucho antes de la época de Sócrates. Es un impulso profundo tratar a nuestros hijos con un cuidado especial; es un impulso casi igual de profundo tratar a las cosas que se parecen a nosotros y se comportan como nosotros con un cuidado especial. Si vamos a conferir a los robots un estatus moral especial como nuestra progenie, entonces diría que también hemos de diseñarlos para que tengan caras expresivas y solo cuatro extremidades.

Normalmente no concedemos el mismo peso moral a los cefalópodos, a pesar de ser extremadamente inteligentes.

De todos modos, Schwitzgebel remarca un aspecto de los grandes debates sobre la inteligencia artificial que tan a menudo ignora la cultura popular. La rebelión robótica no es la única preocupación. También está la carga de la creación. Está claro que Víctor Frankenstein no estaba preparado para ella, asegurémonos de estarlo nosotros si llega el momento.

Por: http://www.technologyreview.es

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